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miércoles, 31 de octubre de 2018

Hay quien no conoce de imposibles

Por Yailín Alicia Chacón
Algunos convierten en oro todo lo que tocan. Alexander Quesada Orta es un vivo ejemplo de eso. Lejos estaba de imaginar cuando pidió en usufructo unas tierras abandonadas, en su localidad de Aguacate, perteneciente a Caimito, que le cambiaría la realidad a aquel terruño.
Innovar, crear y sembrar son palabras de orden en la finca agroecológica La Burgambilia*, que exhibe la condición de Referencia Nacional otorgada por la Agricultura Urbana y Suburbana. Allí se dedican al cultivo de hortalizas y plantas ornamentales, pero no solo a eso: en cada rincón se pueden ver los frutos del trabajo. Es un edén, de tanto verdor y hermosura.

En un bohío de guano crearon un espacio para el descanso y una biblioteca. Al lado encontramos la casa de posturas y un rincón para la lombricultura. Hay lugar para la cunicultura, la apicultura y un estanque con peces, donde reutilizan el agua de lluvia y la emplean en el regadío.

Nace una idea, nace un proyecto


“Los suelos acá eran esqueléticos, los denominados categoría cuatro. No existía la tierra. Era solo piedra. El agua arrastraba la superficie conocida comúnmente como vegetal. Con esfuerzo hemos creado el suelo; nos llevó entre cinco y seis años. Como estamos en una montaña, creamos barreras vivas con plantas y muertas, con piedras, para evitar la erosión del suelo”, explica Quesada.
“La finca perteneciente a la CCS Jesús Menéndez tiene una caballería: tres hectáreas dedicadas a la ganadería, tres a los cultivos varios y 2.8 sembradas de hortalizas y plantas ornamentales, con un total de 119 canteros”.
Asimismo, cuentan con un vivero con más de 76 000 posturas donde hay variedades decorativas: el croto, el marpacífico, el helecho, el granito de oro, la liriope, la diez del día, el cordobán y otras variedades. Suman, además, 36 especies de orquídeas y árboles maderables.
La comercialización la realizan de manera directa, del surco al punto de venta ubicado en Caimito, y otra parte vinculada a la Granja Urbana. El destino final de estas es el consumo social: el hogar de ancianos, la escuela local,  el círculo infantil Piquito de Coral y el SAF de Caimito.
Alexander habla en plural, pues en la finca son una inmensa familia, no de manera figurada sino con lazos de parentesco bien reales. Tres matrimonios laboran de manera continua en el campo. Sus nombres: Walter Rivero y Ana Díaz, Joaquín Ferrales e Isnelys Rivero, y Luis Pérez y Aurora Medina.
Aurora comparte una historia de amor de 22 años junto a Luis, ella se unió al trabajo en la finca hace casi un año.
“Trabajo en la casa de cultivo. Me dedico al cuidado de las posturas, desde la siembra de las semillas hasta que están listas para el cultivo. Sucede del mismo modo con la lechuga, el ají y el tomate, según la temporada de siembra.
“También escaldo en los canteros. Realmente estoy donde me necesiten y mi esposo igual. Trabajamos ocho horas compartidas entre la jornada de la mañana y la tarde”, comenta Medina.
Ha logrado mantener estabilidad en la mano de obra, porque sus 11 trabajadores ganan diariamente 100 pesos, además del pago de una prima, según las ganancias a final de año. Anualmente, cada uno recibe 35 000 pesos, aproximadamente.

Hacer del campo un sitio de amor
Marta Liz, la hija de Alexander, tiene ocho años, y nació gracias a la técnica de fecundación in vitro. Cuando llega a la finca disfruta estar en aquel sitio.
A ella le debe la idea de hacer de un campo, más que un lugar de trabajo, un sitio donde vivir, aprender y crear.
“A mí me encanta ir a la finca; allí trabajo en el campo, juego con los conejos y pruebo miel de abeja. Mi papá nos enseña muchas cosas a mis amiguitos y a mí”, asevera con una inmensa sonrisa la niña.
“Estamos vinculados a la escuela primaria Marcelo Salado, de la comunidad Aguacate. Los niños del círculo de interés vienen acá, y no quería que pensaran en esto solo como un sitio donde vienen a trabajar, sino inculcarles en buena medida el amor por el campo; por eso me decidí a crear la biblioteca e inicié la cría de conejos”, expone Alexander.
Liz sabe desde ahora la importancia del trabajo en el campo, y el ejemplo de su padre le permite ver los frutos del esfuerzo. Conoce de primera mano la importancia y la necesidad de vivir en paz con el entorno y mejorarlo.

Otros planes
El trabajo lo realizan manualmente, sin emplear ningún tipo de equipamiento, y evitan en lo posible los fertilizantes no naturales.
En La Burgambilia no cesan. Están inmersos en la construcción de una nueva casa de posturas, construida con madera, en colaboración con el Proyecto de Apoyo a una Agricultura Sostenible (PAAS).
“El PAAS va a incidir, pues promueve el aumento de la producción agrícola sostenible y la generación de energía renovable mediante soluciones locales. Nos brinda el apoyo para alcanzar tales objetivos, y nos capacita en función de eso”, explica Eduardo González, administrador de la finca.
Según contó a Prensa Latina Pedro Gavilanes, especialista del proyecto, “las producciones de alimentos sanos y saludables, y su validación mediante el Sistema de Certificación Orgánica Participativa (SPG) para frutas y vegetales, a través de una red de 125 municipios en 11 provincias, contribuye a la calidad de vida de sus habitantes, mediante la promoción de hábitos alimentarios saludables y mayor acceso a alimentos sanos”.
Y con la colaboración de la Empresa Genética Los Naranjos, aspiran a aumentar la cría de conejos.
Donde muchos dijeron que era imposible obtener frutos, Alexander junto a sus trabajadores ha demostrado que cuanto se sueña puede conseguirse. Porque para algunos hombres los imposibles no existen.

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